31 de Julio de 2011
4:15 AM Playa de Cala Montjoi, Roses.
Dos stagiers hacían el amor (escandalosamente) por última vez en una de los rincones más bonitos de la Costa Brava.
Ferrán, Joan, Juli, Pitu, Grant y Gastón con los pies descalzos sobre la arena, llenaban sus copas de un doble magnum de Château Lafite Rothschild 1982 (97 puntos Parker), mientras se hacían unos filetes de solomillo de Kobe (de Kobe Kobe… los trajo escondidos en una maleta refrigerada Yukio Hattori) en una curiosa parrilla con brasas de huesos de oliva Argudell. Discutían sobre la carne que goteaba sus gotas de grasa sobre el fuego y perfumaba el aire puro de la increible noche de verano de ese día mágico:
– Me pone de mala leche ver en una carnicería o restaurante de España «Tenemos carne de Kobe». Eso es engañar al personal, coño! Nadie en España tiene carne DE Kobe! Susurró Ferran.
– Pues si, como mucho, carne de buey Wagyu… que también es cojonuda, pero no es DE KOBE, confirmó Joan…
Había sido una noche emocionante, una noche histórica… y seguían hablando de cocina, gastronomía, de lo que más les gustaba en esta vida.
La cocina, la gastronomía, es también mi pasión desde hace ya muchos años.
Ferran, confesó una vez que su sueño sería tener un restaurante de una mesa…
Su sueño se me grabó en el cerebro.
Si me permitís, os explicaré como realicé ese sueño ajeno, tuve un restaurante de una mesa, fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida.
Vivía en una escondida y preciosa masia de l’Alt Empordà, con un comedor-cocina, mesa para seis personas, paredes de piedra y chimenea, al lado de la cual recibía a los clientes de mi restaurante (clandestino) de una mesa, con una cubitera que sudaba cava helado…, el menú era sencillo, embutidos de l’Empordà para acompañar el cava de aperitivo, lentejas con foie, sopa de cebolla con láminas de tuber melanosporum, y txuleta de vaca del Pirineu de Girona al horno con unos pimientos y unas berenjenas asadas, vino D.O. Empordà, coca de hojaldre con crema del Forn Can Berta de Palau Saverdera, repartí unas tarjetas entre los conocidos y el boca oreja funcionó…, sólo daba cenas. Debido a la naturaleza clandestina del restaurante, nadie de los que venía sabía la dirección, quedaba con ellos en el parking de una bodega cercana, (en invierno, noche cerrada y tramontana, más de uno tenía tentaciones de salir corriendo del parking, en el que aparecía con mi coche y les invitaba a seguirme por una estrecha carretera hasta la puerta de mi casa-restaurante. Una vez dentro, dejábamos fuera la tramontana, el frío y la incertidumbre.
El fuego del hogar y una copa de cava les daban el abrazo de bienvenida… el ambiente se relajaba… Las noches eran muy largas en aquellos servicios clandestinos, todas fueron noches mágicas, se permitía fumar, y las sobremesas eran largas como los G&T mágicos, todas las noches eran sorprendentes para mis clientes y para mi, yo tampoco sabía quien vendría… Y tuve muchas sorpresas…, ilustres invitados se sentaron a mi mesa clandestina.
Fue una de las mejores experiencias de mi vida, dejé aquella casa, y dejé mi mesa clandestina…, algún día volveré, y seguro que será en l’Empordà.
Fin (por ahora)
Julio Estrela
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